5/9/16

Gregoria Gutiérrez Oliva


Aproximación a cuatro ecuaciones 
de «Cazadores en la nieve»
de Liliana Díaz Mindurry


Published: By: Analecta Literaria - 15:56

1/8/16

Ricardo González Aguirre



El Pacto*
© 2016 Punto de Partida para Analecta Literaria

Antes del sábado en que pasó lo del cine, yo a Darío lo llamaba  Tuerto como todos los demás. Esmirriado, patadura y, encima con ese problema en el ojo. Era al que le podíamos tirar un caño cuando jugábamos al loco y al que le hacíamos pie cuando se  nos iba la pelota a la terraza del fondo (aunque después nadie lo ayudaba a bajar.)

El sábado que digo ya estábamos aburridos de jugar a la tapadita en el patio del fondo del club cuando Molina llegó con la noticia.

—En el cine de la vuelta de casa dan El Corsario Negro. Me dijeron que hay partes que te tenés que tapar los ojos. ¿Vamos?

Juntamos las figuritas,  le pedimos plata a nuestros viejos y nos fuimos.  

Cuando llegamos la sala estaba casi completa, nos tuvimos que ubicar bien adelante. El Tuerto se sentó al lado mío. Justo cuando se apagó la luz escuchamos  gritos. Un grupo de pibes que entraron corriendo. Eran más grandes que nosotros. Se sentaron  dos filas más adelante  y ahí nomás empezaron a pegarse entre ellos y a tirarse cosas.

—¿Por qué no se callarán estos hincha bolas? —dijo Molina.

Vino el acomodador, se paró en mitad de la sala,  iluminaba para todos lados con la linterna. 

—Basta, acá se hace silencio o los echo a patadas —dijo. 

Nos alegramos porque los pibes se callaron de inmediato, pero cuando el acomodador apagó la linterna y se fue empezaron a tirar cosas para atrás. A mi me cayó una bola de miga  gigante. Al rato, cuando la película ya había empezado, uno de ellos se levantó y tiró algo contra la pantalla. Hizo un ruido seco. Una piedra, pensé. 

Se prendieron las luces. Vimos la pantalla manchada de amarillo justo en la cabeza del Corsario que estaba subiendo un mástil.  Todos nos reíamos sin poder parar. No había sido una piedra; fue un huevo.

Esta vez el acomodador  apareció con el boletero.

Published: By: Analecta Literaria - 22:30

22/4/15

Carmen Uria Araujo


Diez Lienzos
© 2015 Punto de Partida para Analecta Literaria


DESNUDEZ


La flor deshojada, sin sus pétalos,
la rama de la vid, sin sus uvas de ira,
el cerezo que no florece de frío,
el lienzo sin un trazo que hable de ti,
el libro abierto sin los versos
y olvidado de tus labios.

La copa llena que no has bebido,
la manzana roja de pecado que no mordiste,
el pan caliente que se enfrió esperándote,
el café que no tomamos nunca juntos.

Tu boca sellada porque ya no me ama,
el pelo enmarañado sin mi caricia,
tu piel blanca huérfana de sol cálido,
el cuerpo inerte sobre tu sillón favorito.

La desnudez que reflejo.
Desnudo soy, y me siento. 


Published: By: Analecta Literaria - 23:49

20/4/15

Natalia Nanjari



Poemas



EL SERMÓN DEL VIENTO


Venid a mi
los días estratos-nimbus
que todos rechazan.

Venid a mi la lluvia.
La negrura de la nube.
Los días nublados sin sombra
y tristes.

Venid.
Aquí estoy
en el Monte de la Bienaventuranza.
Aquí donde nos arrastramos todos los seres
estratos-nimbus.
Donde en solitario
caminamos
y observamos el mundo.
Aquí donde bajo un día nublado
y una estola carbonizada
convertimos el Monte de la Bienaventuranza
en el Golgota.
Donde no hay Dios.
Ni Diosa.
Ni Padre.
Ni Patria.
Ni Madre.
Ni Vientre.
Ni Matriarcado.
Ni Navidad.
Solo estratos-nimbus.
Venid a mi
todos los cansados y rebeldes
los melancólicos e incomprendidos del mundo.
!Que nadie os hará descansar!
Y seguirán
Tan Tristes
Tan melancólicos
Tan leprosos.
Colgaos del Golgota
y recibid las buenas nubes nuevas
los estratos-nimbus
de la Bienaventuranza.

Published: By: Analecta Literaria - 19:06

3/12/14

Simón Esain


El color caqui



Todo personaje camina hacia algún destino, alguna comunión, alguna revelación atinada. ¿Sucede igual cuando el personaje es alguien que se niega a creerlo, a esperarlo? ¿Cuándo se trata de un caso apenas patético? ¿Y resiste el atractivo de su condición de personaje cuando ya no resta aventura ni desenlace visible? ¿Es el reconocimiento de esa pérdida, su angustia consecuente, la aventura mayor que lo encamina, que lo acosa, aunque ya no la desafíe a su vez? ¿Aunque no cubra la altura de la circunstancia? ¿Y lo es el revivir la impotencia de vivir? ¿A quién, más allá del directo interesado, interesan y preocupan estas suertes?

Ya sé que algunos apocados terminan resultando los pedantes más insoportables con que se pueda tropezar.


Published: By: Analecta Literaria - 0:49

17/10/14

Juliana Villate Quevedo


Gloria A Dios
© 2014 Punto de Partida para Analecta Literaria

Me llamo Gloria. Sí. Como la Gaynor. Y canto tan bien como ella. Hace un año  me ofrecieron la oportunidad de mi vida.  Pasar de cantar de  la fonda  de  “Billy, el cerdo” en el  caserío de Benson, condado Hamilton, con sus 192 habitantes, a la Gran Manzana.

Todo comenzó una noche de abril.  Lo recuerdo perfectamente porque hacía dos semanas que llovía sin parar. Yo  había dejado mi  paraguas  el día anterior en la fonda,  y tenía una pereza terrible de coger camino a las ocho de la noche para ir a trabajar.  Era martes.  Faltaban tres días para la quincena. Lo único que me esperaba esa noche  en la fonda, eran  los dos borrachos del pueblo, y alguno de los cargantes amigos de Billy, de esos que siempre se querían sobrepasar.  Hay hombres que no pueden ver una negra gorda y hermosa como yo, sin querer ponerle las manos encima.  “Gajes del oficio”, decía  Mary Jane.  Pero no esa noche, no con esa lluvia y sin paraguas.

A las 8:30 decidí ir. Entre ese empleo de mierda y nada, la respuesta era obvia. Si me quedaba sin trabajo no tenía otra opción que volver a la casa de mi madre, y eso, ni muerta. Volver a aguantarme  los guisos trasnochados, los gritos y al cabrón de mi padrastro era demasiado.  Mucho mejor Billy, sus manos de cerdo, y sus borrachos. 


Published: By: Analecta Literaria - 0:15

16/10/14

Ana Danich


La Terminal




Cuando despertó a la mañana,  sintió  que éste  día no sería como otros. Últimamente, éstos transcurrían en la vaga lentitud de las horas, sin ningún altibajo que la sacudiera de la continua sucesión de hechos cotidianos. Vio la luz que entraba por la rendija  de la ventana desvencijada. Cada amanecer era así, una luz que entraba y le pegaba justo en los ojos cuando  dormía sobre el lado derecho, y cuando lo hacía sobre el izquierdo, el haz se reflejaba contra la pared y desde ahí rebotaba hasta su frente. Pero esta mañana se había despertado tarde, el sol entraba perpendicular como un latigazo enceguecedor. Se quejó porque el sueño se había convertido en  un altibajo que le hacía abrir los ojos en la noche y espiar la rendija, esperando vislumbrar el amanecer. 

El sol hirió su mirada; sintió que  era un presagio anunciándole que este día sería distinto. El muñequito que todas las noches  murmullaba en su oído, dormía plácidamente. Pensó que era mejor  dejarlo así, recostado sobre la almohada.  Sin decir palabra, se levantó suavemente para no llamar su atención. 

Pensó que era el momento justo para hacer algo fuera de lo habitual. Recordó que debía comprar el pasaje para el viaje que se avecinaba; los días habían pasado y ella todavía no había resuelto ir. Esta mañana, se alistó; iría  a la estación y terminaría con el agobio que le producía decidir de una vez por todas, irse, viajar, cambiar de aire.

Published: By: Analecta Literaria - 23:55

4/9/13

María Soledad Merindol



María Soledad Merindol
La Justicia de Malena





Me cansé de esperarte, se dijo Malena retirando su cuerpo entumecido de la silla que ocupaba. Se levantó. Movió sus pies uno después de otro. Se alejó tranquila, con una tranquilidad desacostumbrada para sí. Caminó hasta la salida. Muy lento. Sin mirar hacia atrás. Ese atrás en el que se quedaba su pasado-presente-futuro. Hacía mucho que quería hacerlo. Huir quizás. No lo tenía muy claro. Había algo que le decía que debía dejarlo todo. Me cansé, me cansé, me cansé. Se repitió mil veces intentando grabarse en su cabeza lo que no sabía si realmente le sucedía. Cruzó la calle y siguió esperando. Lo vio llegar, buscarla, mirar de un lado a otro, sacar el celular, llamar, sentarse, pedir un café, ir hasta la puerta, dudar de entrar, volver a sentarse, dejar que el café se enfriase en la mesa. Su teléfono vibró en el bolsillo. No atendió. Lo dejó sonar. Lo vio rascarse la cabeza. El síntoma de la preocupación. No quiso cruzar. No quiso marcar el número de teléfono. No quiso gritarle que estaba allí enfrente. Pero tampoco quiso alejarse demasiado. Lo quería ver por última vez. Sin darse cuenta sonrió como hacía mucho no lo hacía. Pasado-presente-futuro estaba confundido, sin entender que sucedía, por qué Malena no llegaba. Ella, una persona puntual. Ella, la que había pedido puntualidad. Ella, la que jamás faltaba a una cita. Ella, la que avisaba que llegaría tarde. Ella, la  que se enojaba con pasado-presente-futuro por ser tan impuntual. Ella, la única que pasado-presente-futuro necesitaba. Y ella sonreía detrás del árbol que la escondía. Lo miraba como se rascaba la cabeza. Sabía qué estaba pensando. Y no se equivocaba, él estaba pensando en ella. Despacito, tratando de no hacer ruido con las hojas secas, se fue alejando, tiró el teléfono que no paraba de sonar en un tacho de basura y siguió caminando.
Published: By: Analecta Literaria - 22:30

Paula Escudero


Para Siempre
© 2011 Punto de Partida para Analecta Literaria     


Al final me puse  el trajecito de mi hermana, porque engordé tres kilos y el que me había comprado hace dos meses ya no me iba. Las sandalias color peltre me quedaron bien, aunque me apretaba un poco la del pie derecho.

Published: By: Analecta Literaria - 22:24

Alejandro Del Popolo


Hagakure



Hace sólo un instante atrás, comprendí por qué mi rostro no está hecho a la forma de los rostros bárbaros. Hace sólo un instante atrás, una voz musitó en mi oído: estamos construyendo un mundo mejor. Hoy, conmigo, muere la última de las facciones que tantas veces asoló la isla de Hihaka. Mi paso por la tierra fue siempre decidido y firme. Desde los seis años he sido dedicado al servicio de los dioses, que también son las cabezas visibles de mi clan. Yo, que soy el poniente y la garra del águila, me dispongo ahora a entrar a los aposentos de mis padres. Antes que se acueste el sol los abrazaré y pensaré en el camino recorrido. Me verán entrar a través de la luz y yo los veré esperar a través de la luz. Nos abrazaremos cuando olvidar vuelva a ser inocente. Pero ahora el día clama mi cuerpo presente. La batalla tiempo hace que fue decidida. Hay un olor animal muy fuerte. La incógnita de los años pasados se va a develar. Un instante más y sabré lo que es eso, y solamente por eso sé que mis padres hoy están conmigo; hoy, que hay una pequeña brisa, y esta pequeña brisa me recuerda cuando éramos niños y los miraba a la cara y hacía cosas de niños; me recuerda cuando nos sentábamos a la orilla del río y mirábamos la flor de loto y entre risas nos burlábamos de nuestro maestro que la imitaba sentado. 

Published: By: Analecta Literaria - 22:15

14/3/11

Fernando Reyes Franzani

Poema 
Especial para Punto de Partida
Copyright © 2011 Analecta Literaria
 


NOCHE Y DÍA

Cuando él va, en una oscura decisión
contra el tiempo, que para ir no necesita excusas,
pero siempre la busca para desenfrentar
la oportunidad del encuentro:

Published: By: Analecta Literaria - 1:12

11/3/11

María Soledad Merindol



María Soledad Merindol 
Cuerpo Desconocido


   
Ella sólo quería que le rompiesen el culo. Quería sentir en su propio cuerpo lo que sentía él lejos de ella. Quería entender por qué él se había ido. Ella sabía que no quería exponerse una vez más y sólo se entregaba a relaciones pasajeras que cumplieran con el mandato que impartía: "sólo el culo", decía ella. No buscaba promesas de amor eterno, ni relaciones extensas. Quería saber que si, de haberlo hecho antes él, seguiría a su lado. Entendió que él se fue buscando en otros lo que ella no le entregó. Se preguntó una y mil veces qué fue lo que hizo que él cambiara tanto, que ya no la quisiera, que sus palabras dulces se transformaran en afilados dardos. Quiso entender con la cabeza lo que el corazón le demostraba a cada paso. No pudo hacerlo hasta que él le dijo que su decisión no iría a cambiar, que la dejaba para siempre y que no preguntara las razones porque no las había, simplemente había dejado de quererla. Ella vio como él hizo sus valijas y se fue. El tiempo ayudó a sanar las heridas pero no a olvidarlo, a dejar de pensar en él durante todas las horas del día, a imaginar cómo sería su vida si aún siguieran juntos. Y un día, de pronto, se lo cruzó en un bar. Pensó que todas sus súplicas habían sido oídas. Pero no. Él la saludó y le presentó a Andrés, su pareja. Ese día se fue con alguien recién conocido con una única idea rondando en su cabeza. Quería quitarse la bronca y no le importaba cómo ni con quien. Sólo quería hacerlo de una vez y dejar atrás todo lo que sentía. Esa noche sintió que su cuerpo se rompía en mil pedazos cuando aquel cuerpo desconocido la penetraba por atrás tal como ella le había pedido. Sintió ganas de llorar, de escapar, de quedarse sola, pero se guardó las lágrimas hasta que quedó sola en el vacío de su cama. Entonces desahogó toda su pena, su rabia, su dolor y se prometió no volver a llorar por un hombre. Desde ese momento todos pagarían por él. Quería vengarse de él sin pensar en ella misma. Noche a noche buscó quién llevarse a la cama. Buscó en todas partes. Sin reparos ni miramientos todos eran recibidos por ella. Uno a uno cumplieron con la promesa que le hicieron al entrar en su cama: no tocar más allá del conducto anal.
Published: By: Analecta Literaria - 1:00

 

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